EL HIJO DEL HOMBRE VA A SER ENTREGADO. QUIEN QUIERA SER EL PRIMERO, QUE SEA EL SERVIDOR DE TODOS.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS (8, 27-35)


En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.

Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.”

Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?” Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

Jesús se sentó llamó a los Doce y les dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.”

Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.”

Palabra del Señor.


COMENTARIO AL EVANGELIO DE ESTE DOMINGO

¿POR QUÉ LO OLVIDAMOS?

Cuenta una leyenda que, en una ocasión, una mujer budista acudió al templo con su hijo muerto. Su niño era una criaturita de seis años.

Lo llevaba en brazos y, con lágrimas en los ojos, le gritaba a la imagen de Buda pidiendo que lo curase. Y el Buda le dijo que se lo podría traer de nuevo a la vida si ella le llevaba unas semillas de mostaza.

Pero con una condición: debían ser semillas recogidas en la casa de alguna persona que no estuviera sufriendo ningún dolor desde el año anterior.

La mujer dio un salto de júbilo y salió corriendo a buscar lo que se le pedía. Fue de casa en casa hasta que recorrió casi toda la Tailandia. Al poco tiempo volvió a Buda con las manos vacías.

Pero esta vez ya no pidió la curación de su hijo. Había comprendido que no hay ningún hombre sin sufrimiento en esta tierra.

¿A cuántas personas conoces tú, que no sufran algo en la vida?

El evangelio de hoy, con su mensaje eterno, nos confirma esta enseñanza. Después de la confesión de Pedro en Cesárea de Filipo, nos cuenta san Marcos que Jesús comenzó a instruir a sus apóstoles: “El Hijo del hombre – les dijo – tiene que padecer mucho, ser condenado por los sumos sacerdotes y por los ancianos del pueblo, ser ejecutado y resucitar a los tres días”.

El sabía muy bien que ése era el camino de nuestra redención. Más aún, pudiendo haber escogido otros caminos diferentes para salvarnos, quiso escoger precisamente éste. ¿Por qué?

Es un misterio. Pero, al menos, estamos seguros de que el camino de la cruz es el más conveniente para nuestra salvación porque fue el que eligió nuestro Redentor.

Cuando Pedro quiso apartar al Señor de esta senda – pues, al igual que nosotros, no entendía por qué su Maestro tenía que sufrir – se llevó la gran “reprimenda” de su vida: “¡Apártate de mi vista, Satanás! – le dijo el Señor a su apóstol predilecto – porque tú piensas como los hombres y no como Dios”.

Es decir, que sólo podemos entender el lenguaje de la cruz por medio de la fe, que nos coloca en el punto de vista de Dios.

Y, al final de este evangelio, nuestro Señor añade: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.

Enseñanza contundente, clarísima, ineludible. Si somos cristianos, hemos de seguir a Cristo abrazando con fe y con amor nuestra propia cruz. Entonces, ¿por qué nos extrañamos cuando ésta se presenta en nuestra vida?

Hemos de pedirle a nuestro Señor, más bien, la generosidad, la fortaleza y el amor necesarios para ser cristianos de verdad, siguiéndolo por el mismo camino que va recorriendo El, delante de nosotros.

P. Sergio Córdova LC

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